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CELEBRACIÓN

Contemplar y abrazar doblemente

La Iglesia Católica celebra el 14 de setiembre la festividad de la Exaltación de la Cruz y hoy 15 a la Madre Dolorosa. Aquí una reseña que nos hace llegar Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre  Kolbe.

Contemplar y abrazar doblemente el dolor es  una  clara  invitación  para  renovar  nuestra  fe. El  14  y  el  15  de  septiembre celebrando al  Hijo crucificado y a la   Madre   Dolorosa nos ubica  ante un  misterio  de vida en  medio de esa aparente derrota. Cada  14   de  septiembre la   Exaltación  de la  Cruz  de  Jesucristo nos la  muestra como fruto de libertad y amor, de su solidaridad con el dolor humano, compartiendo nuestro dolor y hacerlo redentor, sellado con la esperanza y la certeza de participar también de esa resurrección con que él venció a la muerte y nos regaló una vida nueva.

 Muchas   veces  hemos   escuchado: “ Dios  no  es  bueno porque permite  el  dolor  y  el  sufrimiento en las personas”.  El   sufrimiento  humano  es  parte  de la  naturaleza del  hombre, es  algo  inevitable  en  la vida. Mirando  a   Jesús y  a  María  podemos  comprender  que  tiene  valor  de  salvación.

La piedad popular ha representado a la Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete espadas que simbolizan los siete dolores: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro. 

En día  15  acompañamos  a  María en su experiencia de profundo  dolor ante la  agonía de su Hijo crucificado.  Ella  está   de pié;  tiene  esa  fortaleza que  le  da su  entrega a la  voluntad   de  Dios,  renueva  su  confianza  y  su  esperanza  en las promesas   de  Dios. Quizás, habrá orado con el  salmo  40:“Esperé confiadamente en el Señor: 2 él se inclinó hacia mí 2 y escuchó mi clamor” (40,2).  Ella  habrá  intuido  en  la  intimidad  de  su  corazón  que  su  Hijo  se  entregaba plenamente  consciente  de  su  ofrenda con  el mismo  salmo: “Tú no quisiste víctima ni oblación; 7 pero me diste un oído atento; 7 no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”. (Salmo  40, 7,8). Allí,  al  pié   de la  cruz la Madre  y  el  Hijo en plena sintonía oraron y   se  donaron por  vos,  por  mi, por la  humanidad: “¡Aquí estoy!”.

Ante el  sufrimiento   que  padecemos personal,  familiar,  comunitario,  mundial nos brota la confianza y  la   gratitud en  su maternidad: ninguna  lágrima   derramada cae  sin  que  la   reciba; ninguna  oración  queda  sin  ser  escuchada , ningún  dolor   se pierde  en el  vacío porque Ella  lo  asocia  a la  cruz  redentora  de  Su  Hijo y  así, la misericordia  de Dios seguirá   actuando a nuestro favor en todo lo que nos sucede, y resultará para nuestro bien y gozo. 

Angélica  Diez - Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.

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