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ARTÍCULO DE INTERES

La tecnología con criterio

El reto de un buen uso de la tecnología como arma para combatir la brecha digital y la desinformación.

De nada sirve poder conectarse y ser avezado en el uso de programas y aplicaciones si no desarrollamos habilidades mediáticas y digitales que nos permitan utilizar la tecnología de manera crítica. Las brechas digitales se irán modificando, pero no reduciendo.

Imagina que quieres dejar X (antes, Twitter) y pasarte a Threads, Bluesky y Mastodon. ¡Qué locura tener que volver a crear tu comunidad o rehacer tu feed! ¿verdad?

Mientras muchos profesionales andan desde hace tiempo con estas preocupaciones, en San Vicente de la Cabeza (Zamora), su alcalde Fernando González decide cerrar el ayuntamiento durante unos días porque la única manera que tienen de contar con “algo de Internet” es vía satélite. Y los días de viento, esa posibilidad desaparece.

Contrastes reales que evidencian una de las brechas digitales a la que nos enfrentamos, más allá de análisis o teorías. La ciudadanía, viva en un pequeño pueblo de 520 habitantes o en Madrid (la comunidad con la red de fibra más rápida de España), tiene el mismo derecho de acceso a Internet.

Hace ya ocho años, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU reconocía a Internet como un derecho humano. Se ha convertido en un requisito para que nos podamos desarrollar como individuos y como colectivo.

Sin Internet, es imposible ejercer algunos derechos fundamentales, como “el derecho a la libertad de opinión y de expresión […] el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Afortunadamente, en España el 96,4 por ciento de los hogares disponen ya de acceso a Internet por banda ancha fija y/o móvil. Primera brecha, pues, casi salvada. Aun pasando por encima de las 1.744.077 personas que no cuentan con esa conexión. Primer gran grupo de excluidos digitales. En otros países de Iberoamérica, donde TELOS se despliega principalmente, la situación se agrava.

Pero brecha digital no solo hay una. Ya no basta con tener una buena conexión para ejercer el derecho a estar informados y a poder expresar nuestra opinión.

Tener acceso a la tecnología no significa saber utilizarla ni haber desarrollado destrezas que permitan desenvolverse con la suficiente pericia. Tengo la conexión ¿y ahora qué? ¿Soy capaz de procesar y transformar toda esa información en conocimiento? Hay diferentes capas en las habilidades digitales. Necesitamos desterrar ya del discurso que las competencias digitales son “copiar, mover o transferir ficheros entre carpetas, dispositivos o en la nube”.

La alfabetización mediática, informacional y digital en 2024 tiene que ir más allá. Superada esa capa del cacharreo y de la parte de software, habría que centrarse en adquirir habilidades que nos permitieran comprender la función de los medios de comunicación, las plataformas o las redes sociales. Y sus modelos de negocio, claro. Atrás queda lo de distinguir información de opinión. Es importante, por supuesto, pero insuficiente. El siguiente paso implica saber qué permito cuando digo “sí a todo” al aceptar las cookies de una web o de una plataforma, conlleva conocer la importancia de los algoritmos en los contenidos digitales y cómo estos van creando cámaras de eco y burbujas poco a poco mientras navego.

Si nos fijamos en los datos el INE (Instituto Nacional de Estadística), y nos olvidamos de la falta de matices, el 66,2 por ciento de la población española posee “habilidades digitales básicas o avanzadas”. ¿Básicas? ¿O avanzadas?

La UE y España han establecido como objetivo para el año 2030 que más del 80 por ciento de la población disponga de competencias digitales básicas o avanzadas.

Vamos por 66,2 y tendríamos que llegar a 80. Queda el 13,8 por ciento. A conseguir en los próximos seis años. Todo un reto, pero ¿es suficiente?

Análisis crítico

Lo que parece evidente es que saber utilizar la tecnología ya no es bastante. Tenemos que subir de nivel. Pasar de pantalla. Nos toca desarrollar un criterio digital que nos permita analizar, cuestionar y evaluar la ingente información que recibimos al día.

Hace unos años se vaticinaba que el siglo XXI podía ser el siglo en el que los ciudadanos serían los verdaderos dueños de la comunicación y la información, gracias al llamado quinto poder, ostentado por Internet y las redes sociales. La clave iba a estar en la capacidad de los ciudadanos de ser testigos directos de los acontecimientos y poder compartir toda esa información creando sus propios contenidos. ¿Qué mejor manera de debatir, contrastar ideas y concienciarse que, entre individuos, sin necesidad de medios que actúen como intermediarios con sus líneas editoriales y sus intereses?

Sobre el papel suena como un escenario ideal, pero en la realidad están los discursos de odio, la polarización, las redes sociales que distinguen entre usuarios de pago y gratuitos, los trolls, los bots, los perfiles falsos...

El paisaje de las redes sociales y de los medios y plataformas es vertiginosamente cambiante. Las redes pueden cambiar de nombre y de estrategia de un momento a otro, y aunque sus responsables siguen defendiendo su objetivo de “crear un entorno seguro e inclusivo” mientras “protegen la libertad de expresión”, todos los analistas confirman el “fuerte aumento del odio y la desinformación, especialmente durante la guerra entre Israel y Hamás”.

De hecho, X se ha convertido en la primera red social en ser formalmente investigada por Europa por posible incumplimiento de la nueva DSA (Ley de Servicios Digitales).

No hay plazo para la resolución final, pero Bruselas ya ha confirmado que la investigación se centrará en evaluar cuatro aspectos: las medidas que toman para evitar que los contenidos ilegales se extiendan, qué políticas tienen en marcha para combatir la desinformación, confirmar que cumplen lo exigido en cuanto a su transparencia y más claridad en su interfaz de contratación de cuentas verificadas.

Podría haber multa de hasta el seis por ciento de facturación mundial. O hasta la prohibición de operar en Europa.

La respuesta de X a principios de 2024 fue salirse del Código contra la Desinformación de la UE. Una iniciativa firmada por casi 50 compañías (Meta, Google, Microsoft, TikTok, Twitch, entre otras), en la que se comprometen a perseguir la desinformación, contar con una política publicitaria transparente y colaborar con los expertos y los fact-checkers, facilitando sus datos.

Meta y TikTok también estuvieron en el punto de mira de la UE en octubre de 2023. Todo empezó con la guerra entre Israel y Hamás, pero no hay que perderde vista la cercanía de los procesos electorales.

Con este escenario, más de medio mundo vota en este 2024 (EE. UU., Rusia, UE, India, Pakistán, México, Brasil…).

Casi 4.000 millones de habitantes. Un brutal volumen de gente que, de una manera u otra, querrán informarse, cultivar su propia opinión o construir su particular mirada.

X y TikTok son dos de las redes sociales que siempre aparecen en las reclamaciones de los investigadores, por su falta de transparencia y facilidad para acceder a sus datos. No existe tampoco prácticamente información sobre sus políticas de moderación de contenido. Más abono para el terreno fértil de la desinformación.

TikTok ha ido ganando terreno a sus competidores y se ha convertido en la red social donde se informan mayoritariamente los menores de 34 años. Se estima que el 71 por ciento de la audiencia de TikTok a nivel mundial está por debajo de esa edad. Pero para poder tener la foto completa, otro dato de los aún más jóvenes: los menores de 24 años están empezando a sustituir a Google por TikTok como su principal buscador de información. Hablamos de la red donde al menos dos de cada diez vídeos de noticias contienen informaciones falsas o engañosas. TikTok tiene 18,3 millones de usuarios solo en España.

Añadamos al puzle la desconfianza y la polarización. El 40 por ciento de la población española desconfía de las noticias que lee (la cifra más alta en la última década).

También, nos sentimos más cómodos leyendo lo que nos da la razón. Y aparece la polarización que nos van creando nuestros sesgos de confirmación. Y en la era de los algoritmos, las noticias falsas apelan a las emociones más básicas, refuerzan nuestras creencias y prejuicios. Así que compartimos lo que nos reafirma y desde las tripas. Sin pensar.

Aun teniendo una buena conexión y sabiendo utilizar la tecnología, hace falta el criterio suficiente para saber parar. Y después de parar: analizar, contrastar la información que nos llega y evaluar su credibilidad.

Los que no lo hagan, corren el riesgo de ser excluidos digitales. Y eso que aún la inteligencia artificial generativa no se ha desarrollado de forma plena. Pero sus avances vuelan. En solo unos meses, hemos pasado de que Midjourney creara fotos con humanos de tres piernas,

porque los primeros prompts eran muy rudimentarios, a que nos cueste distinguir los deepfakes (vídeo, imagen o audio generado que imita la apariencia y el sonido de una persona). Los textos creados por modelos de lenguaje como ChatGPT (Open AI/Microsoft) o Gemini (Google) van siendo cada vez más reales. Más necesidad de estar alerta.

Desinformación y exclusión digital

Tan importante es la desinformación que, en España, la Estrategia de Seguridad Nacional 2021 (ESN21) recogía por primera vez como “grave amenaza para los procesos electorales” las campañas de desinformación.

Además, la señalaba como una posible fuente de polarización en la sociedad y la responsabilizaba de la pérdida de confianza en las instituciones por parte de la ciudadanía. La Estrategia, que ha elevado la desinformación a la categoría de amenaza nacional, dio luz al Foro contra las Campañas de Desinformación en el ámbito de la Seguridad Nacional, formado por el Departamento de Seguridad Nacional, el gobierno y representantes de la sociedad civil (universidad, periodistas, verificadores…).

La preocupación no es solo nuestra. Si ampliamos el foco, vemos cómo el Foro Económico Mundial sitúa la desinformación y las noticias falsas como el principal riesgo que afronta el mundo a corto plazo (dos años). Detrás se han quedado el clima, la polarización de la sociedad, la falta de seguridad informática y hasta las guerras.

Si todo es tan complejo, ¿qué se puede hacer? Conseguir ese criterio digital y esa mirada crítica que nos ayude a analizar y cuestionar es difícil, sí, pero no imposible.

La alfabetización mediática y digital busca dotar de habilidades y competencias a la ciudadanía. Una ciudadanía que, a nivel básico, conozca cómo funcionan los medios y las plataformas, cómo priorizan algunos algoritmos, cuándo nos encontramos en una burbuja o técnicas mínimas de fact-checking. Andamos queriendo reducir las brechas digitales que tenemos detectadas, cuando se nos presenta una nueva. Sí. Así es la complejidad de esta sociedad hiperconectada, con una explosión de nuevas maneras de consumir los contenidos y de informarnos en múltiples formatos. Puede resultar apabullante y abrumadora.

Pero manejarse en ella es vital para poder ejercer libremente nuestro derecho a estar bien informados y crear, consumir y compartir nuestros propios mensajes como ciudadanos responsables. El reto es grande, pero al mismo tiempo apasionante. Y merece la pena.

Fundación Telefónica – Revista Telos

MARIAJE GONZÁLEZ FLOR - Co-secretaria general de la Alianza MIL (Media Information Literacy) de la UNESCO

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