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PAPA FRANCISCO

Primera homilía del Papa Francisco del 2023

El Papa Francisco presidió este 1 de enero de 2023 la tradicional Misa por la Solemnidad de María Madre de Dios en la Basílica de San Pedro del Vaticano, día en que la Iglesia celebra también la 56º Jornada Mundial de la Paz.

“Al inicio de este año, necesitamos esperanza… El año, que se abre bajo el signo de la Madre de Dios y nuestra, nos dice que la llave de la esperanza es María, y la antífona de la esperanza es la invocación Santa Madre de Dios. Y hoy confiamos a la María Santísima el amado Papa Emérito Benedicto XVI para que lo acompañe en su paso de este mundo a Dios. Recemos a la Madre de modo especial por los hijos que sufren y ya no tienen fuerzas para rezar, por tantos hermanos y hermanas afectados por la guerra en muchas partes de mundo”, dijo el Santo Padre.

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

¡Santa Madre de Dios! Es la aclamación gozosa del Pueblo santo de Dios, que resonaba por las calles de Éfeso en el año 431, cuando los Padres del Concilio proclamaron a María  Madre de Dios. Se trata de un dato esencial de la fe, pero sobre todo de una noticia bellísima: Dios tiene una Madre y de ese modo se ha vinculado para siempre con nuestra humanidad, como un hijo con su madre, hasta el punto de que nuestra humanidad es su humanidad.

Es una verdad tan impresionante y consoladora, que el ultimo Concilio, aquí celebrado, afirmo: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajo con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Const. past. Gaudium et spes, 22).

Esto es lo que Dios hizo al nacer de María: mostró su amor concreto por nuestra humanidad, abrazándola de forma real y plena. Hermanos, hermanas, Dios no nos ama de palabra, sino con hechos; no lo hace “desde lo alto”, de lejos, sino “de cerca”, desde el interior de nuestra carne, porque en María el Verbo se hizo carne, porque en el pecho de Cristo sigue latiendo un corazón de carne, que palpita por cada uno de nosotros.

Santa Madre de Dios. Con este título se han escrito muchos libros y grandes tratados. Pero, sobre todo, esas palabras entraron en el corazón del santo Pueblo de Dios, en la oración más familiar y hogareña, que acompaña el ritmo de las jornadas, los momentos más penosos y las esperanzas más audaces: el Avemaría.

Después de algunas frases extraídas de la Palabra de Dios, la segunda parte de la oración comienza precisamente así: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores". Esta invocación muchas veces marcó el ritmo de nuestras jornadas y permitió a Dios acercarse, por medio de María, a nuestras vidas y a nuestra historia.

Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, se recita en una gran diversidad de lenguas, con las cuentas del Rosario y en los momentos de necesidad, ante una imagen sagrada o por la calle. A esta invocación, la Madre de Dios siempre responde, escucha nuestras peticiones, nos bendice con su Hijo entre los brazos, nos trae la ternura de Dios hecho carne. Nos da, en una palabra, esperanza.

 

Y nosotros, al inicio de este año, necesitamos esperanza, como la tierra necesita la lluvia. El año, que se abre bajo el signo de la Madre de Dios y nuestra, nos dice que la llave de la esperanza es María, y la antífona de la esperanza es la invocación Santa Madre de Dios.

Y hoy confiamos a la María Santísima el amado Papa Emérito Benedicto XVI para que lo acompañe en su paso de este mundo a Dios.

Recemos a la Madre de modo especial por los hijos que sufren y ya no tienen fuerzas para rezar, por tantos hermanos y hermanas afectados por la guerra en muchas partes de mundo, que viven estos días de fiesta en la oscuridad y a la intemperie, en la miseria y con miedo, sumergidos en la violencia y en la indiferencia.

Por tantos que no tienen paz, aclamemos a María, la mujer que ha traído al mundo al Príncipe de la paz (cf. Is 9,5; Ga 4,4). En ella, Reina de la paz, se realiza la bendición que hemos escuchado en la primera lectura: «Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26).

A través de las manos de una Madre, la paz de Dios quiere entrar en nuestras casas, en nuestros corazones, en nuestro mundo. Pero, ¿cómo podemos acogerla?

Dejémonos aconsejar por los protagonistas del Evangelio de hoy, los primeros que vieron a la Madre con el Niño, los pastores de Belén. Eran pobres, quizás también bastante rudos, y aquella noche estaban trabajando. Fueron precisamente ellos, y no los sabios ni mucho menos los poderosos, los que reconocieron en primer lugar al Dios cercano, al Dios que llego pobre y ama estar con los pobres. El Evangelio subraya de los pastores, sobre todo, dos gestos muy sencillos, que, sin embargo, no siempre son fáciles. Los pastores fueron y vieron: ir y ver.

En primer lugar, ir. El texto dice que los pastores «fueron, rápidamente» (Lc 2,16). No se quedaron quietos. Era de noche, tenían que cuidar a sus rebaños y seguramente estaban cansados; podrían haber esperado a que amaneciera, aguardar a que saliera el sol para ir a ver a un Niño acostado en un pesebre. En cambio, fueron rápidamente, porque ante las cosas importantes es necesario reaccionar con prontitud, no posponerlas; porque «la gracia del Espíritu Santo ignora la lentitud» (S. Ambrosio, Comentario sobre el Evangelio de San Lucas, 2). Y así, encontraron al Mesías, al esperado durante siglos, a quien tantos buscaban.

Fuente ACI Prensa

 

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