La dignidad del aprendiz

Un joven ingresó en una empresa por la entrevista, sus títulos y habilidades.

 Le toco un jefe de malas pulgas. Le dio una tarea: poner en orden las carpetas de la oficina en la red, para achicar la cantidad de carpetas.

   Presentó su trabajo, el jefe lo miró y dijo: “No usaste nuestro módulo sino tus ideas. Qué  idiota”. Se sintió herido: no le habían enseñado eso.

    Pensó: “Si respondo al insulto, dirá cosas peores”. Guardó silencio y lo dejo seguir. “Si habla, pierde él”. Ante ese silencio, él jefe dijo más  palabras hirientes. Entonces él chico  se defendió: pensó que no se iba a dejar humillar. Cansado de sus palabras, él jefe gritó: “Andate ahora y dejame tranquilo”.

    Desde entonces, él  no fue el recadero del grupo.  Venció no por sus condiciones, sino por haber defendido su valor. Las palabras son arma de doble filo cuando se usan sin crítica. Por eso, no hay que callar cuando está en juego la dignidad.

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